Historia y origen: los primeros encierros que se celebraron durante la Guerra de la Independencia.
Durante el tercer fin de semana de agosto, sin tener fecha fija, se celebran las Ferias y Fiestas de Fuenteguinaldo, con sus capeas y encierros, con tradición secular, de toros a caballo. Aglutina a numerosos aficionados y caballistas de todos los alrededores incluido Portugal.
Actualidad:
- La compra de los toros.
- El montaje de la plaza y tapado de calles. Fotos antiguas con los carros.
- Tipos de festejos que se realizan. Fotos.
- Organización de encierros.
- Ambulancias y médicos.
Fuenteguinaldo encierra la bravura, fiel a su historia y su tradición centenaria
Como un inmenso cencerro, la campana de la iglesia de Fuenteguinaldo repica con un ritmo creciente. Los ecos metálicos pregonan las llegadas del encierro. Una tradición centenaria, rememoración de antiguas conducciones de bóvidos, costumbre inmemorial en estos predios en los que la cría de los bravos es memoria popular oral y manuscrita.
Tradicional el encierro porque los caballos guían, templan y amortiguan embestidas. Fidelidad devota que hace acompañar a las cabalgaduras hasta la misma arena de la plaza, en la que las balconadas del Ayuntamiento se abren generosas para poder contemplar la llegada de los toros y la suerte de los mozos.
Una multitud, más de 15.000 almas, esperaban desde mucho tiempo antes de las once de la mañana el torrente de astas que se desbocan desde el campo hasta el coso y dos de los ejemplares se emplazaron en el tramo del recorrido colindante con la ermita del Cristo. Allí, algunos mozos cortaron sus embestidas antes de que los caballistas encelaran su galope para conducirlos hasta la plaza de la Constitución, ruido que nos traslada a tauromaquias antiguas, con su barrera instalada para las fiestas y sus tendidos arbóreos.
Se encierran los toros, con la pasión de reconciliar historia y vitalidad presente. Luego se sueltan, en la probadilla, de uno en uno, en la arena, y los más jóvenes meten los riñones cuando el astado tira un gañafón queriendo hacer presa.
Incluso un maletilla, ensabanado su cabello, dibuja pases con el gusto de quien tuvo buenas maneras en tiempos jóvenes. Finalmente, uno a uno, reunidos los toros con los cabestros en un corral de salida, formado por dos puertas de acceso a la plaza, se les da suelta para el desencierro.
Regresa la bravura a sus pastos como agostados. Vuelven al cercado con paso cadencioso. Con la boca cerrada de la bravura, que calla el esfuerzo genético de perseguir una libertad que se les escapa.
Rito que redime tecnologías y distancias, celebración gozosa y emotiva que vence el vértigo de las astas. Fuenteguinaldo, al abrigo de la cercana Sierra de Gata, acoge a miles de visitantes. De la comarca, del vecino Portugal, descendientes de emigrantes que ponen el acento francés en talanqueras y tendidos. También cacereños, muchos.
Cesa el martilleo de la campana y las calles se inundan de un gentío abigarrado. Huéspedes de predios cercanos, los toros rumian su bravura encerrada. Bullen los bares y las peñas. Arde Fuenteguinaldo.